domingo, 16 de febrero de 2014

Macaulay y la guerra de sucesión española


(Retrato de Charles Mordaunt, conde de Peterborough)

Macaulay estuvo particularmente bien dotado para el arte de reseñar. Sus reseñas normalmente excedían la noticia e información sobre novedades bibliográficas yendo más allá del el simple comentario crítico de un libro para, en realidad, utilizar su lectura como excusa con la que desarrollar un ensayo de más o menos enjundia. En enero de 1833, tal vez malhumorado por tener que examinar los ocho volúmenes de la History of the War of the Succesion of Spain de Lord Mahon, apenas publicada un año antes, redactó un conjunto de reflexiones que vienen muy a propósito hoy en día. Macaulay se mostraba poco compasivo con un mamotreto de enojosa lectura, plúmbeo y rico en disquisiciones inútiles. Pero detrás de esa espesa niebla de digresiones se hallaba el relato de un episodio muy importante para la Historia de Europa, sirviéndose de la enorme cantidad de datos aportados por el aristocrático historiador para distinguir las líneas maestras que en el futuro servirían para estudiar y comprender dicho conflicto. Para empezar porque tenía dos facetas claramente distinguibles: "Yet, to judicious readers of history, the Spanish conflict is perhaps more interesting than the campaigns of Marlborough and Eugene. The fate of the Milanese and of the Low Countries was decided by military skill. The fate of Spain was decided by the peculiarities of the national character".
Visto así, podemos pensar que el historiador británico remitía a dos relatos en uno, la guerra civil española inscrita en el conflicto internacional. Pero no es el caso. Recuerda que la guerra no estalló en 1700, nada más conocerse el testamento de Carlos II. Las hostilidades fueron declaradas al mismo tiempo en Londres, Viena y La Haya, estando Felipe V en Nápoles y habiendo sido jurado rey por sus súbditos españoles. La situación que dejó atrás para asegurarse la fidelidad de sus súbditos italianos fue de desgobierno, dejando una situación tan precaria que facilitó la rebelión contra su autoridad. El príncipe de Hesse-Darmstadt, último virrey de Cataluña bajo Carlos II, figura como principal responsable de la adhesión al archiduque de minorías muy activas en Cataluña y Valencia. Cesado por Felipe V no se resignó a abandanar el principado y regresó a la cabeza de las tropas austríacas. Falleció en 1705, durante el sitio de Barcelona, sin haber logrado tener éxito para convencer a sus antiguos gobernados de las bondades de Carlos III de Habsburgo, solo logró reclutar a 5000 campesinos que tuvieron un papel irrelevante en el campo de batalla. Macaulay ve los acontecimientos a través de los ojos de los comandantes ingleses. Para él, sin duda alguna, el mejor de todos los dirigentes políticos y militares de entonces fue Charles Mordaunt, conde de Peterborough, a través de cuyo relato compone la situación de los austracistas en los primeros años de la guerra. Para este general la toma de Barcelona fue una distracción que hizo perder la guerra al archiduque. Desde un punto de vista militar la campaña debía haberse desarrollado en línea recta desde Valencia a Madrid, el camino era corto, estaba desguarnecido y la Corte de Madrid desconcertada. Costó sangre y esfuerzo tomar una ciudad que resistió con firmeza. Macaulay observa con atención que en las discusiones entre los mandos ingleses, holandeses y austríacos no se tenía en cuenta a los españoles, cuyo número y capacidad fue siempre insignificante. Solo después de conquistar Barcelona las autoridades catalanas aceptaron la causa austracista y fue un hecho consumado por la toma violenta de la capital, forzando a sus dirigentes a una actitud colaboricionista. Fue la capacidad de persuasión del conde la que hizo que la resistencia en la Corona de Aragon se transformase en cooperación, lo cual podría haberse extendido a Castilla de haber continuado al mando. La acomodación de los territorios orientales a los nuevos amos, reticente al principio y obsequiosa al final, fue el resultado de la paciente labor de Peterborough, quien para su desgracia no se hallaba entre los confidentes del archiduque. A juicio de Macaulay cuando el conde fue reemplazado por Galway se perdió la guerra. Aún más, si en vez del genio militar de Marlborough hubiera prevalecido el ingenio negociador de Peterborough, los Borbones hubieran perdido la corona española. En definitiva, la guerra civil fue inducida por las potencias enfrentadas por el reparto de la Monarquía española y no tuvo ninguna naturaleza espontánea, endógena.

Manuel Rivero

[Thomas Babington, Lord Macaulay, Critical and Historical Essays contributed to the Edinburgh Review, 5th ed. in 3 vols. (London: Longman, Brown, Green, and Longmans, 1848). Vol. 2]