miércoles, 10 de junio de 2015

El libro blanco del príncipe don Carlos, Felipe II viajero imaginario

Es muy conocida una anécdota que refieren casi todas las biografías modernas de Felipe II relativas a la reluctancia del rey prudente a viajar. Según se cuenta, el príncipe don Carlos, para criticar la política de su padre, “mandó que le hicieran un libro en blanco y como burla le puso el título de Los grandes viajes del rey don Felipe, y luego escribió: ‘... el viaje de Madrid al Pardo, del Pardo a El Escorial, de El Escorial a Aranjuez, de Aranjuez a Toledo, de Toledo a Valladolid, etc.’ Todas las hojas del libro las llenó con estas inscripciones y escrituras ridículas, burlándose del rey su padre y de sus viajes, así como de las jornadas que hacía a su casa de recreo. El rey lo supo, vio el libro y se incomodó mucho contra él”. Hay varias versiones de este suceso, pero la fuente de todas ellas es Brantôme . Esta anécdota se ha empleado como ilustración de una característica propia al soberano, como era la de ser un rey sedentario, prisionero de sí mismo en El Escorial o, como refería su cronista, Luis Cabrera de Córdoba un soberano inmóvil que “meneaba el mundo desde su real asiento” . Contra esa imagen tópica Mari Angeles Pérez Samper y Geoffrey Parker han argumentado que Felipe II fue un viajero compulsivo y no les falta razón si lo vemos en una muestra cronológica a partir de 1561:

Corona de Aragón 1563-1564
Andalucía 1570
Portugal 1580-1583
Corona de Aragón 1585-1586
Navarra y Corona de Aragón 1592

Pero es preciso señalar que muy pocos de ellos tuvieron el carácter de verdadero viaje real, de Corte en movimiento, como había sido característico antes de 1561. Es evidente que el príncipe se mofaba de la nueva forma de gobernar de su padre y sobre todo fijar la residencia de la Corte. Todos los monarcas del siglo XVI hacían viajes periódicos, no ocasionales, para mantener un continuo diálogo ceremonial entre gobernantes y gobernados. La ausencia del rey era una anomalía, el mal gobernante no viajaba y rehuía el contacto con sus súbditos y, por tal motivo, la imagen de Felipe II encerrado en El Escorial constituyó uno de los temas preferidos de la propaganda que sus enemigos emplearon para denostarle. 
Los motivos de Felipe II para tomar esa decisión no son bien conocidos y los estudios que abordan las razones de la capitalidad de Madrid suelen moverse entre indicios y conjeturas. No obstante, el sentido parece claro en el testimonio de fray José de Sigüenza al analizar el plan de construcción del monasterio de El Escorial, que es fundamental para entender el proceso: "comenzó lo primero a poner los ojos dónde asentaría su Corte, entendiendo cuán importante es la quietud del príncipe, y estar en un lugar para desde allí proveerlo todo y darle vida, pues es el corazón del cuerpo grande del Reino". Así mismo, la identificación de este proyecto con el rey Salomón y, por tanto, el de la ciudad ideal de gobierno donde la urbe que es residencia del soberano se halla conectada a un palacio/templo. No es una concepción original, el Papa Nicolás V operó del mismo modo en Roma, el palacio y templo Vaticano, exento a la ciudad, se comunicaba con ella del mismo modo que dispuso Salomón. El modelo era por tanto Jerusalén y las connotaciones bíblicas parecen evidentes, constituir el centro de un poder universal.

El rey Salomón (Felipe II) recibiendo a la reina de Saba (catedral de Gante)

Se ha insistido hasta la saciedad en señalar que esta idea era completamente opuesta a la forma de gobernar de Carlos V, pero esto requiere matizarse. Hasta 1527, el emperador fue sobre todo y ante todo un soberano borgoñón al que le resultaba ajena la idea de Imperio. El título y los estados de los Habsburgo constituían la herencia irrenunciable de sus abuelos pero él había sido educado en los principios caballerescos que le habían imbuido sus tutores y consejeros, desde Guillermo de Croy hasta Erasmo de Rotterdam. No concebía otra forma de ser un buen soberano que la del padre de familia que vive con sus parientes, les escucha y les da consuelo. Sin embargo, después del Saco de Roma el consejo del emperador se hizo más plural, encabezado por el Gran Canciller Gattinara cambió totalmente los hábitos flamencos y propuso un nuevo modelo de gobierno. La razón era clara. Los consejeros flamencos habían sido incapaces de entender las obligaciones de un Emperador Cristiano lo cual había provocado no sólo la crisis protestante sino también la disociación entre las dos jefaturas universales del Papado y del Imperio. Gattinara proponía que, del mismo modo que el Papa residía en un lugar donde tenía asentada su Corte otro tanto debía hacer el emperador. Durante el año de 1528 se discutió incluso si el Emperador debía arrogarse a jefatura de la Iglesia y comportarse según la profecía del último emperador uniendo el mundo bajo “un solo pastor, una sola espada y una sola fe”. El Gran Canciller concibió este proyecto no sólo como idea, pensó también en los aspectos prácticos por lo que en las Cortes de Monzón de 1528 diseñó las líneas maestras del modelo de gobierno que constituyó el sistema virreinal. Aun cuando hay virreyes desde el siglo XV en la Corona de Aragón, este cometido tenía un carácter temporal, cubriendo las ausencias del rey. Es muy distinto cuando ha de cubrir una ausencia permanente porque el virrey ha de emular al rey ausente y ser en toda circunstancia el doble del rey. El problema era cómo hacer presente a la realeza estando ausente. Es decir, debía diseñarse una política de la presencia.


Como es bien sabido este plan no se llevó a cabo. Se definió el carácter del virreinato para España y la Corona de Aragón en 1528 y, en la Junta de Génova de 1529, para América. Sin embargo, el fallecimiento de Gattinara en 1530 y de Alfonso de Valdés en 1532 dejó sin valedores este proyecto. El emperador nunca asentó su Corte y continuó viajando continuamente por sus territorios. Como muy bien ha indicado Elena Bonora, las expectativas de un Imperio Cristiano nunca se cumplieron, tal vez porque el consejo se hallaba dividido de nuevo pero esta vez por el ascenso de los españoles. El discurso imperial de 1536, pronunciado en Roma íntegramente en español y la publicación del diálogo de la lengua por Juan de Valdés en Nápoles (1532) indicaban que la “lingua di Corte”, es decir, la lengua del poder imperial era el español. El movimiento de los espirituales de Juan de Valdés y su modelo reformista enlazaba con una tercera vía que no era ni católica ni protestante pero sí imperial. Sin embargo esta novedad en la concepción de la Cristiandad puso en marcha fuertes reticencias en Italia y en casi toda Europa, lo cual favorecería que el Concilio de Trento encaminase sus trabajos a construir una Italia del Papa que no del emperador. El cónclave de 1550 que eleva a Julio III tiene como resultado la suspensión del concilio y se asiste a una dura competencia entre los poderes universales. 

Indudablemente, el matrimonio de Felipe II con María I Tudor fue un acto de afirmación imperial, Reginald Pole, seguidor de Valdés, con la colaboración del cardenal Carranza, llevaría a cabo la reforma de la Iglesia de Inglaterra devolviéndola a la obediencia de Roma. Sin embargo, el cónclave del 23 de mayo de 1555 que elevó al solio a Paulo IV Caraffa provocó finalmente la precipitación del partido imperial. Se produjo un acontecimiento insólito como fue la división del patrimonio del emperador en dos mitades, fue el final del liderazgo político del Imperio e hizo imposible una Cristiandad Imperial. Para mayor confusión el nuevo pontífice pretendía procesar a Carlos V y Felipe II por herejía.
Desde Londres, Felipe II contempló todos estos acontecimientos tomando parte activa. Una carta del virrey de Sicilia, Juan de Vega, escrita en 1558 indica que nuevamente se ponía en marcha la idea de asentar la Corte y administrar la Monarquía desde una sede fija. El virrey no ocultaba que esto acarrearía problemas con los súbditos (de ahí que su visión negativa de los sicilianos se haya tomado como un texto xenófobo) así con los propios virreyes, todos ellos miembros de la familia del rey cuya obediencia respondía a vínculos de honor y de confianza que no sufrirían ser simples “corregidores”. Todas las reformas efectuadas entre 1555 y 1563 parecían conducir a una concentración de la autoridad delegada en los virreyes, teniendo en cuenta que el rey nunca ejercería su potestad en los reinos porque no viajaría a ellos. El desarrollo de los consejos territoriales y los visitadores enviados a los territorios permitirían mantener presente al rey ausente. El asentamiento en Madrid en 1561 era una pieza clave de este proceso de segunda construcción del sistema virreinal.
La conclusión del Concilio de Trento a despecho de los deseos del soberano produjo no poca incertidumbre. Había triunfado la Cristiandad del Papa. El rey realizó su primer viaje a los reinos de la Corona de Aragón y durante el mismo se comportó como sus antepasados, reverdeciendo los vínculos con los súbditos como padre y cabeza de familia, enfatizando las virtudes de Fernando el Católico (su modelo a seguir), reafirmando por tanto una tradición propia. Los procesos de reforma de los reinos no peninsulares quedaron paralizados y el soberano adoptó un modelo de vida eminentemente hispano, aun cuando en apariencia era borgoñón. Es preciso señalar que las casas de Borgoña, Castilla y Aragón se hallaban integradas en la Casa del rey, mientras que las casas reales de Navarra, Nápoles, Sicilia y la ducal de Milán residían en los reinos (como más adelante la de Portugal). Un caso aparte lo constituye América cuyos reinos son dependientes de Castilla.
Esta situación nos devuelve al principio. En el libro blanco de Don Carlos la burla tenía un componente político muy claro vinculado en primer lugar a la realidad de su Casa. Felipe II se comportaba como soberano de los españoles ignorando a los súbditos de Borgoña, cuya casa residía con él y por tanto debía atenderles igual. El rey viajaba por la península ibérica pero era reacio a ir a los Países Bajos, donde había un gobierno de regencia (lo cual transmitía provisionalidad). La ruptura del lazo rey súbditos era evidente, aparece en la Apología del príncipe de Orange denunciando que los neerlandeses eran gobernados desde el extranjero por extranjeros. La Casa del Rey no estaba funcionando como su casa o la casa de su padre.
Al mismo tiempo, esto que denominamos la segunda creación del virreinato quedó incompleta. En la corona de Aragón los virreyes no actuaron plenamente “como reyes” por no disponer de la jefatura de la casa real mientras que sí lo fueron los virreyes de Sicilia y Nápoles que presidían Parlamentos y disponían de todas las funciones del soberano. En definitiva, el libro blanco parecía indicar que Felipe II no sólo era un mal soberano para sus súbditos no españoles sino que su proyecto no veía más lejos que los de sus intereses. Al describir los sitios reales por los que la Corte se desplaza por los alrededores de Madrid no se fija tanto en el ocio como en el negocio. La caza real era un componente vital de la cultura política europea, en los viajes de los soberanos son un componente fundamental, Andrés Muñoz cuenta cómo el príncipe Felipe al llegar a Londres participó en una cacería, un acto de socialización imprescindible. Además de marcar el estatus de élite entre quienes componen la sociedad de los cazadores, la caza real funcionó como parte de las visitas, un medio de afirmación de autoridad Regia sobre el país. La caza era, en realidad, la "Corte al aire libre," un teatro para las exhibiciones de la majestad, el entretenimiento de los huéspedes y el otorgamiento del favor en temas particulares. Era el lugar de comunicación donde se hacía “lobbying”, como hacen hoy en día los representantes de los grupos de interés en los lobbies de los centros de convenciones y las sedes políticas.