jueves, 10 de octubre de 2013

DOBLES LEALTADES

24-25 octubre 2013: VII Seminario Internacional IULCELa doble lealtad: entre el servicio al rey y la obligación a la iglesia. Coord. José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodriguez y José Guillen Berrendero.
Lugar de celebración: Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid.

Tradicionalmente se ha interpretado la Historia Moderna desde un perspectiva secular, lo cual ha dado lugar a numerosas incongruencias. MacIntyre indicó en un libro ya clásico que la lectura secularizada del mundo es una convención alejada de los contextos, poco útil para interpretar los hechos y los acontecimientos del pasado. La racionalidad con la que se explica de manera científica el pasado, atendiendo a la economía o a las clases sociales, aborda los problemas como si se desarrollaran en nuestra contemporaneidad o, lo que es peor, dando por hecho que existe un conjunto de categorías que son inmutables, en el tiempo y en el espacio, que se dan por descontadas y en las que no intervienen otras cuestiones que, en apariencia, son secundarias. Para la historiografía occidental es un hecho que la modernidad significa que los hombres empezaron a pensar y a comportarse como hoy lo hacemos, en un ambiente social, político y económico secularizado, regido por decisiones racionales, donde los actores toman sus decisiones siguiendo pautas de comportamiento claras: beneficio, patriotismo y sentimiento de comunidad. En este sentido quien actúa en política, un ministro, un gobernador, un soberano o un funcionario actúan de ese modo, da lo mismo que sea en 1945 o en 1711. Esta lectura del pasado choca con obstáculos insalvables que, pese a las contradicciones, no pueden pasarse por alto, como es el de los eclesiásticos con atribuciones de hombres de estado. Pensemos en los cardenales Cisneros, Wolsey, Richelieu, Mazarino, Klesl, Alberoni... cuya actividad ha sido descrita en términos nacionales soslayando el hecho de ser hombres de Iglesia, un asunto tomado como algo casi anecdótico en la mayor parte de los casos donde, como en los casos de Richelieu y Mazarino, resplandece la construcción de una idea de Francia sobre la que pudo construirse el siglo de Luis XIV. Su espiritualidad, sus creencias o sus devociones parecen un adorno superficial, sin embargo determinaron u orientaron sus decisiones. La dificultad para interpretar la política de Estado de las monarquías modernas ya fue advertida por Martin Philippson a finales del siglo XIX quien hizo una distinción clara entre la Europa católica y la protestante en relación a este hecho. A su juicio, los países que participaron en la Reforma caminaron naturalmente hacia la secularización y la construcción del Estado Moderno por haber distinguido dos esferas de forma muy clara, la política y la religiosa. Independientes entre sí. Un ministro o funcionario católico, eclesiástico o no, debía obediencia al rey y fidelidad al Papa. Esta doble fidelidad no era fácilmente conciliable y solía producirse un conflicto de intereses, así como una laxa interpretación de los términos en que los individuos guardaban lealtad hacia una u otra autoridad. John Lynch recuperó en un interesante artículo la idea expresada por Martin Philippson llevándola un poco más lejos. Este problema de la doble lealtad impulsó a los soberanos católicos a intervenir en la Curia romana, ejerciendo una tutela vigilante. Las injerencias de Felipe II en el desarrollo del Concilio de Trento y las condiciones impuestas a la aplicación de sus decretos así parecían demostrarlo. No obstante, en dicha interpretación quedaban cabos sueltos y partía de unas premisas propias de la perspectiva secular empleada por ambos historiadores. Tomar como punto de partida la "doble lealtad" es la mejor manera de preguntarse sobre la naturaleza de las injerencias entre el plano secular y el espiritual. La doble naturaleza de primeros ministros que son cardenales y aspiraron a ser Papas, como fueron los cardenales Gattinara y Mazarino, fuerza la reflexión sobre esta materia.
Gattinara, a quien he estudiado, aspiraba a una tercera vía en la Cristiandad que reuniera a católicos y protestantes, viendo la acción del papado inherente a la propia acción imperial. Mazarino, un cardenal romano que utilizó sus buenas relaciones en la Corte francesa para asegurarse una impresionante carrera en la Curia nunca dejó de tener presente a Roma en sus decisiones. De hecho, sus exequias romanas dibujaron precisamente el perfil público de su doble naturaleza que no era ni incoherente ni contradictoria.


Por otra parte, este hecho de la “doble lealtad” también afectó al mundo protestante. La interpretación de Philippson nos puede parecer interesante pero Hobbes dedicó algunos capítulos al reino de la hadas en Leviathan indicando los males derivados de la no separación de lo secular y lo espiritual en la acción de gobierno. El conflicto entre creencia y obediencia, entre la autoridad y la fe también emerge no sólo en las leyes que proscriben el catolicismo sino en los mismos conflictos internos de las sociedades protestantes cuyos debates conducen a extremos de violencia ya conocidos, la disputa entre gomaristas y arminianos o los puritanos en relación a la Iglesia de Inglaterra.
Por último, la elección de este tema sirve para examinar el papel de la Corte, para observar la secularización de Europa en episodios y espacios que manifiestan una distancia muy considerable entre el siglo XVIII y el XVI. Si hacia 1560 la identidad de los europeos era esctrictamente confesional y el conflicto característico era la guerra de religión, doscientos años después la religión apenas tendrá peso, los europeos se matarán entre sí en guerras de sucesión. Puede parecer que lealtad y creencia serán en ese momento dos cosas separadas, dos cosas distintas.

Manuel Rivero